A Jesús lo mataron por libre, por predicar con el amor, por dar uso del poder de su mente, por decir lo que pensaba, porque manifestaba las cosas, porque curaba, porque insistía en respetar a la mujer, en cuidar la naturaleza y por ser un revolucionario. Afirmaba que la casa de Dios está en todas partes, que el amor y el respeto al prójimo como a tí mismo es lo principal. Un hombre consciente muy adelantado a su tiempo.

Pensaron que todo se acabaría con su muerte, pero no imaginaron el alcance de su mensaje. Y fue así como al día de hoy nos manipulan culpándonos de su muerte y diciendo que fue un sacrificio por nosotros, utilizando su imagen destrozada para crear miedo, culpa, dolor y sufrimiento. A Jesús lo mataron porque le tenían miedo, como a todos los grandes maestros y defensores de la tierra que han muerto. Porque la oscuridad le teme a la verdad y al amor.

Cuando Jesús vino fue un revolucionario que pensaba diferente al resto. No obedecía al sistema, desafió el sistema de la época y las leyes mosaicas, expuso que la iglesia era una guarida de ladrones, que los dirigentes políticos y eclesiásticos (sacerdotes, escribas y fariseos en aquella época) eran insensatos y guías ciegos; enseñó que el poder de la fe era interior, que el reino de Dios está dentro y que todo lo que él hacía, nosotros lo podíamos hacer también.

La misma élite esclavizante que lo crucificó, lo convirtió en Dios y cabeza de una iglesia trescientos años después por los mismos intereses de dominio y manipulación. Tergiversaron su mensaje a conveniencia del poder político y religioso de siempre y hasta nuestros días. Él sabía que eso pasaría, por eso enseñó:

«Buscad la verdad y la verdad os hará libres, más no siervos.»

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